GRUPO TOCALAOTRAVEZ

jueves, 15 de septiembre de 2011

LA FIESTA DEL HIERRO

La fiesta del hierro, catalogada por su autor como una farsa trágica, es una obra que tiene un evidente sentido antibélico y una opinión muy clara en relación al poder y la corrupción. En la obra aparece el egoísmo, la sordidez y la ferocidad del alma humana.
La acción transcurre en la casa de un fabricante de armas; el hijo de éste ha tomado fotografías que comprometen a su madrastra con el gerente de la fábrica y se propone darlas a conocer durante los festejos que se realizarán con motivo de un nuevo aniversario de la empresa.
De allí en más, diversos personajes se irán implicando en esta oscura trama de sobornos y presiones que culminan en la fiesta, con un final digno de estos tiempos violentos y deshumanizados.

En esta obra –que puede transcurrir en cualquier lugar del mundo-, uno de los conflictos centrales se crea entre la lucha del ángel del bien y el de las tinieblas que acosan a las distintas conciencias y se disputan el alma del pecador. Estamos ante una moralidad en la que todos son seres inocentes, vulgares, adulones, serviles y simuladores, presentados como ejemplares de una civilidad cotidiana.

Dijo Arlt sobre su obra: “El mérito de mi nueva farsa dramática consiste en que, aunque estuviera mejor o peor escrita, no por ello dejaría de cumplir con la estricta obligación de la obra de teatro. Consiste 1) Fijar con rapidez la atención del espectador en una situación provocada por los personajes. 2) suscitar un creciente movimiento de curiosidad en su intelecto ante las posibles derivaciones de la intriga. 3) en emocionarle por el destino que acecha a los protagonistas.
(…) el plazo de tiempo en que se cumple el ciclo dramático de esta farsa es breve. Comienza en la mañana de un día y termina en el anochecer del que le sigue. Entre este paréntesis de algunas horas, treinta personajes hilan la trama de la red y se quiebran espantosamente la cabeza. Son tres actos de dialogación liviana, con los impromptus característicos de mi forma. En el primer acto juguetea cierta socarronería amenazante. La farsa se va deambulando amablemente entre sorpresas que no se adivina a qué clima de desgracia arrastrará a los alegres irresponsables. La tonalidad del segundo acto admite ya ráfagas de tintas oscuras. La fatalidad arrebujada en la codicia de los personajes dibuja un sendero inevitable que continúa desembocando en el misterio. No se prevé qué sucederá, tan variadas son aún las posibles combinaciones que tolera el ajedrez humano.
En el tercer acto, después de algunos felices pasos felices, un muñeco se desmorona en catástrofe. El arrastra a otros. Si se salvará o no de su tremendo destino es la súbitamente angustiosa curiosidad que mantendrá ansioso al espectador en su butaca”.

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